San Ignacio de Loyola

Para mayor gloria de Dios

En todo amar y servir

San Ignacio de Loyola

No se pueden entender los santos ejercicios sin entender la vida de San Ignacio -hay quienes dicen que los ejercicios son la experiencia de su vida de conversión, de la vida Mística de San Ignacio, a la cual llegó de una manera heroica y santa.

«Los Ejercicios Espirituales son todo lo mejor que yo en esta vida puedo pensar, sentir y entender, así para el hombre poderse aprovechar a sí mismo como para poder fructificar, ayudar y aprovechar a otros muchos” San Ignacio de Loyola

APRENDER DE LA VIDA DE SAN IGNACIO

San Ignacio nació en 1491, en el castillo de Loyola en Azpeitia, población de Guipúzcoa, cerca de los Pirineos. Su padre, don Bertrán, era señor de Ofiaz y de Loyola, familia noble de la región. Y su madre, Marina Sáenz de Licona y Balda. Iñigo (nombre que recibió por el bautismo); era el más joven de los ocho hijos y tres hijas de la noble pareja. Iñigo luchó contra los franceses en el norte de Castilla. Pero su breve carrera militar terminó el 20 de mayo de 1521, cuando una bala de cañón le rompió la pierna durante la lucha en defensa del castillo de Pamplona.

 

Como los huesos de la pierna soldaron mal, Iñigo se decidió por una complicada operación que soportó estoicamente. Pero, le conllevó a unos fuertes ataques de fiebre, con tales complicaciones que los médicos pensaron que moriría antes del amanecer de la fiesta de San Pedro y San Pablo. Sin embargo, mejoró, aunque la convalecencia duró bastante.

 

Con el objetivo de distraerse durante la convalecencia, Iñigo pidió algunos libros de caballería (aventuras de caballeros en la guerra), pero lo único que se encontró en el castillo de Loyola fue una Imitación de Cristo y un volumen de vidas de santos. Iñigo los comenzó a leer para pasar el tiempo, pero poco a poco empezó a interesarse tanto que inflamado por el fervor y ejemplaridad de la santidad de estos caballeros de Dios, se proponía ir en peregrinación a un santuario de Nuestra Señora y entrar como hermano lego a un convento de cartujos. Estas emociones interiores e ideas eran intermitentes, pues su ansiedad de gloria y su amor mundano, ocupaban todavía sus pensamientos. Sin embargo, presentía que sólo Dios podía satisfacer su corazón. Estas fluctuaciones duraron algún tiempo. Ello permitió a Iñigo observar una diferencia: en tanto que los pensamientos que procedían de Dios le dejaban lleno de consuelo, paz y tranquilidad, los pensamientos vanos le procuraban cierto deleite, pero no le dejaban sino amargura y vacío. Finalmente, Iñigo resolvió por imitar a los santos y empezó por hacer una vida de penitencia y hacer dolor  por sus pecados.

PURIFICACIÓN EN MANRESA (BARCELONA)

En una noche de oración, la Madre de Dios, rodeada de luz y llevando en los brazos a Su Hijo le consoló y transformó profundamente a Ignacio. Tras la convalecencia, hizo una peregrinación al santuario de Nuestra Señora de Montserrat, donde determinó llevar vida de penitente. Su propósito era llegar a Tierra Santa y para ello debía embarcarse en Barcelona. Así tuvo que esperar en Manresa.

El Señor tenía otros planes …Lo quería llevar a la profundidad de la entrega en oración y total pobreza. Se hospedó en el convento de los dominicos y hospicios de pobres y para orar y hacer penitencia, se retiraba a una cueva de los alrededores, viviendo así casi un año. Se decidió a “escoger el Camino de Dios, en vez del camino del mundo” … hasta lograr alcanzar la santidad.

A las consolaciones de los primeros tiempos le sucedió una etapa larga de prueba y de aridez espiritual; ni la oración ni la penitencia conseguían ahuyentar la sensación de vacío que encontraba en los sacramentos y la tristeza que le abrumaba.

Y una fuerte etapa de escrúpulos le hacían creer que todo era pecado, lo cual lo llevó a desolaciones profundas. En esta dura etapa, Ignacio empezó a anotar algunas experiencias que iban a servirle para su libro de los “Ejercicios Espirituales”. Finalmente, el santo salió de aquella noche oscura y tras ello, el profundo gozo espiritual sucedió a la tristeza.  Esta experiencia dio a Ignacio una habilidad singular para ayudar a los escrupulosos y un gran discernimiento en materia de dirección y acompañamiento espiritual para sus sucesivos seguidores.

Peregrino a TIERRA SANTA

En febrero de 1523, Ignacio partió en peregrinación a Tierra Santa ya que quería imitar a Cristo en todo, viviendo donde Él vivió. Pidió limosna, se embarcó en Barcelona, pasó la Pascua en Roma, tomó otra nave en Venecia con rumbo a Chipre y de ahí se trasladó a Jaffa. Del puerto, a lomo de mula, se dirigió a Jerusalén, donde tenía el propósito de establecerse.

 En los Santos Lugares, los franciscanos encargados le ordenaron que abandonase el santo lugar, temerosos de los mahometanos enfurecidos.

Él se vio en la obediencia de renunciar a su proyecto sin más, aunque no tenía la menor idea de lo que la Divina Providencia tenía designado para esta alma tan generosa.

EN ESPAÑA ES ENCARCELADO POR LA INQUISICIÓN
En 1524, llegó a España, donde se dedicó a estudiar, pues “pensaba que eso le serviría para ayudar a las almas”.En Barcelona, Isabel Roser, le asistió mientras estudiaba la gramática latina en la escuela. Ignacio tenía entonces treinta y tres años.

 

Al cabo de dos años de estudios en Barcelona, pasó a la Universidad de Alcalá a estudiar lógica, física y teología. Se alojaba en un hospicio, vivía de limosna y vestía un áspero hábito gris. Además de estudiar, instruía a los niños, organizaba reuniones de personas espirituales y convertía a numerosos, con sus exhortaciones, llenas de mansedumbre. En España durante esa época, había ciertas desviaciones de devoción. Como Ignacio carecía de estudios y la autoridad debida para enseñar en Alcalá, fue acusado ante el vicario general del obispo, quien le tuvo prisionero durante cuarenta y dos días, hasta que, finalmente, absolvió de toda culpa a Ignacio y sus compañeros, prohibiéndoles llevar un hábito particular y enseñar durante los tres años siguientes.  Entonces, Ignacio se trasladó con sus primeros compañeros a Salamanca. Pero, nuevamente fue acusado de introducir doctrinas peligrosas, a los jóvenes estudiantes que predicaba, con lo que la inquisición dudaba si finalmente confinarlo en prisión.E l santo respondía: ¿me tiene rabia a mí por estos grillos y cadenas? sepa que no hay en toda Salamanca tantos grillos y cadenas como yo quisiera sufrir por Jesucristo.

 Ignacio consideraba la prisión, los sufrimientos y la ignominia como pruebas que Dios le mandaba para purificarle y santificarle. Cuando recuperó la libertad, resolvió abandonar España, y se marchó  a París, a donde llegó en febrero de 1528.Los dos primeros años los dedicó a perfeccionarse en el latín, Durante el verano en Flandes y Inglaterra pedía limosna a los comerciantes españoles y así poder estudiar , pasando tres años y medio en el colegio de Santa Bárbara, dedicado a la filosofía. Ahí indujo a muchos de sus compañeros a consagrar los domingos y días de fiesta a la oración y a practicar con mayor fervor la vida cristiana, por medio de la prédica de los Ejercicios Espirituales que eran, en definitiva, el camino que él había recorrido en su propia conversión.

El maestro Peña juzgó y predispuso contra Ignacio al doctor Guvea, rector del colegio, quien condenó a Ignacio a ser azotado para desprestigiarle entre sus compañeros del citado colegio. Ignacio no temía al sufrimiento ni a la humillación, pero, con la idea de que el ignominioso castigo podía apartar del camino del bien a aquéllos a quienes había ganado, fue a ver al rector y le expuso modestamente las razones de su conducta. Guvea tomó a Ignacio, le condujo al salón en que se hallaban reunidos todos los alumnos y le pidió públicamente perdón por haber prestado oídos, con ligereza, a los falsos rumores. En 1534, a los cuarenta y tres años, Ignacio obtuvo el título de maestro en artes de la universidad de París.

Un carisma,
un método.

La genialidad de los Ejercicios reside, en que Ignacio logró convertir en método ,la gracia que él recibió: cómo vivir el seguimiento de Jesús desde una manera concreta. Esa es la originalidad de los Ejercicios, que un carisma se vuelva método, que el Evangelio se vuelva espiritualidad viva en cada uno.

La Virgen se aparece a San Ignacio. Margarita Sainz de Andino

EL SEÑOR LE DA COMPAÑEROS para su Obra magnánima

 Ignacio, lleno del Espíritu Santo, abría los corazones de todos.

En aquella época, se unieron a Ignacio otros seis estudiantes de teología: Pedro Fabro, que era sacerdote de Saboya; Francisco Javier, un navarro; Laínez y Salmerón, que brillaban mucho en los estudios; Simón Rodríguez, originario de Portugal y Nicolás Bobadilla. Movidos por las exhortaciones de Ignacio, hicieron voto de pobreza, de castidad y de ir a predicar el Evangelio y, de ofrecerse en obediencia al Papa para que los emplease en el servicio de Dios. La ceremonia tuvo lugar en una capilla de Montmartre, donde todos recibieron la comunión de manos de Pedro Fabro, quien acababa de ordenarse sacerdote. Era el día de la Asunción de la Virgen de 1534. Ignacio mantuvo entre sus compañeros el fervor, con conversaciones espirituales y una sencilla regla de vida.

Ignacio partió de París, de nuevo a su tierra para descansar en la primavera de 1535. Su familia le recibió con gran gozo, pero el santo se negó a habitar en el castillo de Loyola y se hospedó en una pobre casa de Azpeitia.

Dos años más tarde, se reunió con sus compañeros en Venecia, sin poder partir finalmente a Jesrusalen.Los compañeros de Ignacio, que eran ya diez, se trasladaron a Roma para recibir órdenes sagradas. Los nuevos sacerdotes celebraron la primera Misa entre septiembre y octubre, excepto Ignacio, quien la difirió más de un año con el objeto de prepararse mejor para ella. Como no había ninguna probabilidad de que pudiesen trasladarse a Tierra Santa, quedó decidido finalmente que Ignacio, Fabro y Laínez irían a Roma a ofrecer sus servicios al Papa. También resolvieron el nombre de su asociación, la Compañía de Jesús, porque estaban decididos a luchar contra el vicio y el error bajo el estandarte de Cristo. Durante el viaje a Roma, mientras oraba en la capilla de “La Storta”, el Señor se apareció a Ignacio, rodeado por un halo de luz inefable, pero cargado con una pesada cruz. Cristo le dijo: “Ego vobis Romae propitius ero” (Os seré propicio en Roma). Paulo III nombró al padre Fabro profesor en la Universidad de la Sapienza y confió a Laínez el cargo de explicar la Sagrada Escritura e Ignacio se dedicó a predicar los Ejercicios y a catequizar todo su entorno.

 El santo nombre LA COMPAÑÍA DE JESÚS

Ignacio y sus compañeros decidieron formar una congregación religiosa, de acuerdo con lo que el mismo Dios les había mostrado, para continuar así su obra. A los votos de pobreza y castidad debía añadirse, sobre todo, el de obediencia para imitar más de cerca al Hijo de Dios. Además, había que nombrar a un superior general a quien todos obedecerían, el cual ejercería el cargo de por vida y con autoridad absoluta, sujeto en todo a la Santa Sede. A los tres votos arriba mencionados, se agregaría el ayudar al bien de las almas adonde quiera que el Papa lo ordenase.

La comisión de cardenales que el Papa nombró para estudiar el asunto se mostró adversa al principio, con la idea de que ya había en la iglesia bastantes órdenes religiosas, pero un año más tarde, cambió de opinión, y Paulo III aprobó la Compañía de Jesús por una bula emitida el 27 de septiembre de 1540. Ignacio fue elegido primer general de la nueva orden. Empezó a ejercerlo el día de Pascua de 1541 y, algunos días más tarde, todos los miembros hicieron los votos en la basílica de San Pablo Extramuros.

Ignacio pasó el resto de su vida en Roma, consagrado a la colosal tarea de dirigir la orden que había fundado, en la que pasó 15 años de su vida entre 2 habitaciones, llegando a escribir alrededor de 9000 cartas, lo que, a juzgar por su carácter fogoso, debió significar una gran cruz. Entre otras cosas, fundó una casa para alojar a los neófitos judíos durante el período de la catequesis y otra casa para mujeres de la calle. Rodríguez y Francisco Javier habían partido a Portugal en 1540. Con la ayuda del rey Juan III, Javier se trasladó a la India, donde empezó a ganar un nuevo mundo para Cristo. Los padres Goncalves y Juan Nuñez Barreto fueron enviados a Marruecos a instruir y asistir a los esclavos cristianos. Otros cuatro misioneros partieron al Congo; algunos más fueron a Etiopía y a las colonias portuguesas de América del Sur.

UN SIGNO DE VERDAD EN LA IGLESIA

El Papa Paulo III nombró teólogos suyos, en el Concilio de Trento, a los padres Laínez y Salmerón, Ignacio les aconsejó que visitasen a los enfermos y a los pobres y que, en las disputas se mostrasen modestos, humildes y se abstuviesen presuntuosamente de su ciencia y de discutir demasiado.

En vida del santo se fundaron universidades, seminarios y colegios en diversas naciones. Puede decirse que San Ignacio echó los fundamentos de la obra educativa que había de distinguir a la Compañía de Jesús y que tanto iba a desarrollarse con el tiempo.

En 1542, desembarcaron en Irlanda los dos primeros misioneros jesuitas, pero el intento fracasó. Ignacio ordenó que se hiciesen oraciones por la conversión de Inglaterra, y entre los mártires de Gran Bretaña se cuentan veintinueve jesuitas. La actividad de la Compañía de Jesús en Inglaterra es un ejemplo del papel que desempeñó en la contrarreforma, tenía como fin, dar nuevo vigor a la vida de la Iglesia y de oponerse al protestantismo. La Compañía de Jesús era exactamente lo que se necesitaba en el siglo XVI para contrarrestar la Reforma. Los jesuitas intentaron rechazar y derrotar la revolución de Lutero con su predicación y dirección espiritual, reconquistaron a las almas, porque predicaban sólo Cristo y a Cristo crucificado. Tal era el mensaje de la Compañía de Jesús, y con él, mereció y obtuvo la confianza y la obediencia de las almas.

San Ignacio, acerca de sus relaciones con los protestantes dijo: “Tened gran cuidado en predicar la verdad de tal modo que, si acaso hay entre los oyentes un hereje, le sirva de ejemplo de caridad y moderación cristianas. No uséis de palabras duras ni mostréis desprecio por sus errores”.

La obra más fecunda de Ignacio fue el libro de los Ejercicios Espirituales. Es la obra maestra de la ciencia del discernimiento. Empezó a escribirlo en Manresa y lo publicó por primera vez en Roma, en 1548, con la aprobación del Papa. Los Ejercicios cuadran perfectamente con la tradición de santidad de la Iglesia. Lo nuevo en el libro de San Ignacio es el orden y el sistema de las meditaciones. Si bien las principales reglas y consejos que da el santo se hallan diseminados en las obras de los Padres de la Iglesia, Ignacio tuvo el mérito de ordenarlos metódicamente y de formularlos con perfecta claridad por el gran don recibido del Espíritu Santo, Fue aprobado dicho libro de ejercicios por Paulo III.

Prudencia, caridad del gobierno, afectuoso como un padre, especialmente con los enfermos, a los que se encargaba de asistir personalmente procurándoles el mayor bienestar material y espiritual posible. ..así es como  San Ignacio ganó el corazón de sus amigos e hijos sucesivos. Sabía escuchar con mansedumbre a sus subordinados, sin perder por ello nada de su autoridad. En las cosas en que no veía claro, se atenía humildemente al juicio de otros. Era gran enemigo del empleo de los superlativos y de las afirmaciones demasiado categóricas en la conversación. Sabía sobrellevar con alegría las críticas, pero también sabía reprender a sus súbditos cuando veía que lo necesitaban. LA GRAN VIRTUD de San Ignacio era su gran amor a Dios. Con frecuencia repetía estas palabras, que son el lema de su orden: “A la mayor gloria de Dios”. A ese fin refería el santo todas sus acciones y toda la actividad de la Compañía de Jesús. También decía frecuentemente: “Señor, ¿qué puedo desear fuera de Ti?” Quien ama verdaderamente a Dios, vive para servir porque sirviendo se vive en el Amor. San Ignacio ponía su felicidad en trabajar por su Señor y sufrir por su causa.

Quince años duró el gobierno de San Ignacio, la orden aumentó de diez a mil miembros y se extendió en nueve países europeos, en la India y el Brasil. Murió súbitamente el 31 de julio de 1556, sin haber tenido siquiera tiempo de recibir los últimos sacramentos.

El 12 de marzo de 1622 tuvo lugar en Roma la canonización de San Isidro Labrador, Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier y San Felipe Neri por el Papa Gregorio XV.